Empiezas hablando, luego llega el tonteo acompañado de sonrisas
estúpidas, carcajadas de adolescentes, más tonteo y comienzan las
indirectas. El corazón empieza a latir más deprisa, la presión sistólica
sube, se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular y
se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno
por la corriente sanguínea. Estás enamorado.
Así podríamos resumir buena parte de los comienzos de las relaciones
amorosas. Pero, ¿qué está pasando realmente en nuestro organismo?
El deseo sexual.
Empiezas hablando, luego llega el tonteo acompañado de sonrisas
estúpidas, carcajadas de adolescentes, más tonteo y comienzan las
indirectas. El corazón empieza a latir más deprisa, la presión sistólica
sube, se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular y
se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno
por la corriente sanguínea. Estás enamorado.
Así podríamos resumir buena parte de los comienzos de las relaciones
amorosas. Pero, ¿qué está pasando realmente en nuestro organismo?
El deseo sexual viene acompañado de ese tonteo que finge ser nada más
que eso, una tontería. Los científicos cautivados por el amor han
explorado y descubierto que existe un mecanismo cerebral responsable de
mantener esta atracción aunque no se consuma. Culpan a una región
conocida como el área tegmental ventral que libera dopamina. La dopamina
es una de las hormonas del placer, y se ocupa de estimular cuatro
puntos del cerebro: el núcleo accumbens, el septum, la amígdala y la
corteza prefrontal que finalmente provocan el deseo sexual. Un mecanismo
engranado a la perfección para experimentar sensaciones y emociones
increíbles.
Ahora bien, no es tan sencillo como parece. Para poder satisfacer
este deseo carnal la información genética, hormonas y células nerviosas
cooperan entre sí para generar el deseo y la reacción necesaria para
terminar lo que empezó como una liberación de dopamina.
Mientras nuestro pensamiento entra en un bucle sin salida obsesionado
por el sexo con esa otra persona, en nuestro cerebro estallan una
cascada de efectos libidinosos provocados por la unión de
neurotransmisores y hormonas sexuales con receptores neuronales.
Finalmente cuando lo desnudas y comienza el juego sexual, se activan
genes que producen la maravillosa hormona del orgasmo, la oxitocina.
Esta hormona, además de estimular las contracciones uterinas para el
parto y hacer brotar la leche, parece ser un mensajero químico del deseo
sexual. Y la llamo maravillosa, porque la liberación de esta hormona
también provoca que una pareja forje lazos, se sienta vinculada y
cercana emocionalmente.
Todos sabemos que podemos tener relaciones sexuales sin enamorarnos.
Pero si repetimos muchas veces, la probabilidad de que este estallido de
hormonas nos haga perder la cabeza por alguien aumenta y nos volvemos
adictos.
Drogas de la felicidad.

No
nos volvemos solo adictos a esa persona que ahora duerme a tu lado,
sino a la gran cantidad de drogas que produce nuestro propio organismo
cuando nos enamoramos. Se genera un cóctel químico que nos puede hacer
perder la razón. Yo, supongo que esto es lo que genera la tontería del
enamorado, las risitas estúpidas, lo que nos vuelve imbéciles. ¡Estamos
bajo los efectos de las drogas de la felicidad!
Estas sustancias que produce el cerebro se denominan hormonas
endógenas (se producen en la corteza cerebral). Cuando estamos
enamorados, la dopamina, oxitocina y feniletilamina aumenta 7000 veces
su cantidad.
La dopamina es el neurotransmisor responsable de los mecanismos de
refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad de desear algo y de
repetir un comportamiento que proporciona placer. Pero parece ser que el
verdadero enamoramiento nos asalta cuando se produce en el cerebro la
feniletilamina, compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas.
Nuestro cerebro genera dopamina, norepinefrina y oxitocina cuando se
inunda de esta última sustancia. Es entonces cuando los
neurotransmisores dan lugar a los arrebatos sentimentales. Estamos
enamorados. Estos compuestos combinados hacen que los enamorados puedan
permanecer horas haciendo el amor y noches enteras conversando, sin
sensación alguna de cansancio o sueño.
Los estudios demuestran que cuando nos volvemos imbéciles, los
niveles de serotonina se desploman y los centros de recompensa del
cerebro se inundan de dopamina y norepinefrina. El efecto es similar al
de una droga altamente adictiva. Crea fuertes vínculos en nuestras
mentes entre el placer y el objeto de nuestro deseo.
Del amor pasional al amor duradero.
He escuchado muchas veces que tanta droga no puede ser buena. Pierdes
la capacidad de concentración, en el trabajo no se rinde de forma
eficaz. Estar enamorado consume muchos recursos. No podríamos vivir así
mucho tiempo, es por ello que el enamoramiento no dura siempre. Iría en
contra de nuestro anhelo por sobrevivir. Esta “imbecibilidad
transitoria”, como lo denomina Ortega y Gasset, dura entre 6 meses y 3
años.
Con el tiempo el organismo se hace resistente al efecto de estas
sustancias y toda la locura de la pasión se desvanece gradualmente.
Comienza una segunda fase del amor caracterizada por la pertenencia y un
amor más sosegado. Esta etapa viene acompañada de sentimientos de
seguridad, comodidad y paz. Las protagonistas de aquí son las endorfinas
(compuestos químicos naturales de estructura similar a la de la morfina
y otros opiáceos). Son ellas las que confieren la sensación común de
seguridad comenzando una nueva etapa, la del apego. Es por ello que se
sufre tanto al perder al ser querido, dejamos de recibir la dosis diaria
de narcóticos.
Cuando la atracción bioquímica decae, la pareja se enfrenta a una
dicotomía: separarse o habituarse a manifestaciones más tibias de amor
(compañerismo, afecto y tolerancia).
Si decidiéramos cambiar de pareja, sólo por sentir otra vez la
pasión, no olvidemos que una vez más volverá a repetirse el ciclo. Una y
otra vez.
Un “pero”.
A pesar de todas estas explicaciones bioquímicas, que podrían
terminar arrancándole al amor su mágico misterio, debemos darle un
espacio al raciocinio y no solamente dejarnos arrastrar por el
sentimiento y la química.
Fuente: El arte de amar (Erich Fromm).